Después de días de mucho movimiento, incertidumbre, dolor y rabia, el 17 de noviembre fue emocionante ver jurar al flamante nuevo Presidente de transición Francisco Sagasti y a la presidenta del Congreso, Mirtha Vásquez, cajamarquina, abogada, defensora de derechos humanos y conocida por su defensa de Máxima Acuña en el proceso legal contra la minera Yanacocha.

El discurso de Sagasti, ingeniero de profesión, con PhD en universidad estadounidense y con altos cargos previos en organizaciones como el Banco Mundial, fue de tono conciliador y empático con la protesta y el descontento social; señaló aspectos concretos a trabajar durante estos meses de transición, como una mejor respuesta a la pandemia y la defensa de la procuraduría de casos anticorrupción y de la Sunedu, por ejemplo. Y terminó emotivo, con quiebre de voz, leyendo su poema favorito de César Vallejo, recuperando también la voz y el nombre del poeta, radical y comunista en su época, capturado por una de las universidades cuestionadas en estos tiempos. Tal vez este poético final, esta reivindicación cultural y señal de que la ingeniería no tiene por qué estar peleada con la poesía, ha sido lo más comentado en mis redes.

Sagasti es un buen orador, habla con conocimiento, conecta con su audiencia y eso es ya un montón en comparación con los presidentes anteriores y, específicamente, con Merino, como muchos memes y comentarios en redes sociales han hecho notar sarcásticamente. En mi familia alguien lo resumió así: “es como pasar de la niebla y sequía al sol caribeño y el placer de la buena comida”. Y estoy totalmente de acuerdo.

Sin embargo, me pregunto si es cierto que la mayoría de peruanxs ha suspirado con alivio cuando Sagasti, más o menos a la mitad de su discurso de toma de mando, mira al público y muy seriamente dice “en el campo del crecimiento económico y las finanzas públicas, garantizaremos la estabilidad económica y el equilibrio fiscal. Tenemos presente y hemos aprendido las lecciones de dejar de lado este requisito previo, esta condición fun-da-men-tal para el crecimiento económico, para el bienestar y la mejor distribución de lo que nuestro país produce y genera con esta riqueza tan grande de recursos naturales que tenemos.”  

O cuando unos minutos después señala que hay que proteger esa estabilidad económica y equilibrio fiscal a pesar de las “justísimas demandas de muchísimos sectores del país” y especialmente de las regiones, ya que las arcas públicas están disminuidas, la recaudación ha caído 30% y que va a ser sumamente difícil atender más que lo urgente, antes de reiterar “pero haciéndolo, respetando la estabilidad y el equilibrio porque si no lo hacemos perdemos to-dos. Todo nuestro país pierde, al perder la estabilidad económica, tenemos desempleo, inflación como ya lo hemos vivido.”

Yo me pregunto si realmente nos vamos todos a casa tranquilos, dejamos las calles (y las redes para lxs que estamos lejos), y ya podemos retomar nuestra cotidianeidad sin sobresaltos. ¿Será este suficiente parche para la herida? ¿Basta proteger la sucesión democrática y la no interferencia entre poderes? ¿Qué pasa con la economía que no redistribuye porque el mercado no se regula a sí mismo ni está preocupado por una redistribución justa? ¿Cómo se puede retornar o recuperar la democracia sin hablar de economía? ¿No es este modelo de democracia neoliberal el que está teñido de corrupción por todos lados y a todo nivel, incluyendo el empresariado que se beneficia del mismo y que tiene al Estado y su rol subsidiario atado de manos cuando el mercado no cubre los servicios necesarios -incluso en medio de una pandemia? El modelo económico le puede haber servido al país en términos macroeconómicos pero no chorreó. Y si no chorreó en bonanza, ¿por qué chorrearía en escasez?

¿Cómo haríamos, ad-portas del Bicentenario, para cumplir con la promesa republicana de un país más democrático y más igualitario de la que habló el nuevo Presidente?

Natalia Iguiñiz, artista que siempre he admirado, comentó en Twitter lo siguiente: “El mayor logro del neoliberalismo ha sido hacernos creer que cualquier cosa que lo cuestione es terrorismo, Maduro o caviar... Vemos un país pobre, casi sin industria, casi sin ciencia, sin educación ni salud pública de calidad, violento, injusto, contaminado, corrupto. (…) Lo radical, que es ir a la raíz, se entiende como peligroso, cualquier cosa que cuestione la base de privilegios de unos pocos es vuelto sentido común para muchxs (fina cortesía de los grandes medios) nos parece normal vivir esta desigualdad y preferimos coludirnos a cuestionarla.” (16-11-2020)

Yo concuerdo con que toca cuestionar esa base de privilegios de unos pocos que es sentido común de muchos gracias a la clase política pero también a los grandes medios y a quienes suelen opinar en ellos, que hablan en su defensa desde posiciones de privilegio, como si hablaran por la mayoría. Es la opinión mayoritaria en los medios tradicionales, la más amplificada, la que tiene más acceso y cabida, la más poderosa. Pero ¿es la de la mayoría de peruanxs? Tal vez incluso ya lo es; tan repetida ha sido desde los años noventa (¡tres décadas! los jóvenes que marcharon incansablemente no conocen algo diferente, pareciera la ley de la realidad). Este discurso que parece ya copy paste, siempre, incluso en este nuevo discurso inaugural, se refuerza y mantiene su lugar incuestionable al evocar el caos de volver atrás, y ¿con qué emoción? con el miedo.

Pero no creo que sea una cuestión de preferencia, que la gente prefiera coludirse con este modelo a cuestionarlo. Creo que por un lado hay mucho miedo de decir, de pensar, de sentir diferente y en voz alta, pero también –y sobre todo- que no hay lugares para imaginar nada diferente. Creo que toca empezar a imaginar algo diferente y generar los espacios para ello.

Querer un Perú más igualitario y democrático para el cual se necesitan cambios de fondo no es de rojas y de terrucas –las brujas peligrosas de los cuentos de estos tiempos-. Por el contrario, es un sueño y un proyecto que requiere tanto de hombres y mujeres, tecnócratas que leen poesía y cantan valses, como Sagasti, y también de poetas, feministas, artistas, ambientalistas, y tantxs más. El arte, la poesía, la academia tienen mucho que aportar.

A Sagasti no lo elegimos en las urnas y nadie espera que haga grandes reformas, pues no tendría la legitimidad para hacerlo, como tampoco la hubiese tenido cualquier otra persona en similar situación. Pero eso no significa que no empecemos a crear los espacios donde imaginar otros mundos posibles, en los que sea posible hablar de todo sin miedo y con amor, con camiseta, sí. Pasar de la queja a la creatividad, con ingeniería y poesía, que la defensa cerrada al modelo económico es también ya una idea trasnochada. 


(Fotos: Presidencia de la República)